El Chino de Santiago

Llevábamos nueve días en La Habana y la decisión de largarnos llegó de golpe. Mis dos colegas y yo estábamos saturados de todo lo que conlleva vagar durante las noches por las calles de la capital. Conseguir un coche fue fácil.

Tras unas 14 horas de viaje ininterrumpido por las destartaladas carreteras que cruzan toda la isla, me encontraba en medio de Santiago. Llegué a la segunda ciudad más importante de Cuba durante la noche del 25 de Julio de 2015.
Las calles estaban repletas, músicos, niños, ancianos, chicas, policías… Aquel era el lugar y el momento, la noche del 26 iba a ser la celebración del “asalto al cuartel Moncada”, una fiesta que conmemora el triunfo de la revolución. Y además era el 500 aniversario de Santiago de Cuba.  Pocas veces coinciden dos fiestas así en la misma ciudad, así que todo cubano que podía permitírselo estaría allí.
Música en directo, comida barata en mal estado, cerveza aguada… y evidentemente ganas de burlarse de cualquier “yuma” o turista.
La noche del 26, Raúl iba a dar su famoso discurso, y cortaron la corriente en todas las zonas de fiesta, ya que nadie puede perdérselo. Mis colegas y yo cogimos una botella de ron blanco y nos subimos a un par de motos con sidecar.
Buscábamos cualquier grupo de refugiados que prefiriesen continuar con la fiesta antes que ir a sus casas, por respeto o por miedo. Pero parecía imposible, las calles estaban desiertas, así que nos bajamos junto al hotel Meliá a matar la botella y a cagarnos en Raúl.
Un tipo apareció de la nada para vendernos una caja de cigarrillos, le compramos una y empezamos a hablar con él. Se hacía llamar “el chino” y tenía 24 años, le explicamos nuestra situación y parecía entender, aunque no le jodía tanto el tema. La conversación se alargó hasta que nos insistió para que le siguiésemos a un sitio donde habría fiesta. Decidimos seguirle el rollo.

Antes de empezar a andar nos avisó de que debíamos ir con su padre, un hombre de unos 70 años largos, que se negaba a hablar con turistas, según “el chino” porque era muy revolucionario. Aquel hombre no nos paraba de mirar de una forma que no supe interpretar, al menos en aquel momento.
“El chino” nos invitaba a cigarrillos y a ron, lo que me extrañó mucho, teníamos ron y le acabábamos de comprarle cigarrillos. “¿Quieren chicas?” preguntaba constantemente, algo muy común en Cuba si se es jinetero (chulo). Rechazamos su ron y a sus chicas, pero seguía insistiendo.

El tío nos condujo por unas calles desiertas, hasta que llegamos a una gasolinera. Allí habría unas cincuenta personas, un grupo de rezagados que querían seguir la fiesta a pesar de lo que podía implicar.
“El chino” siguió poniéndose pesado con el ron y las chicas, así que nos libramos de él y de su supuesto padre. Avanzamos hasta la gasolinera y nos mezclamos entre la gente.
Como es normal en Cuba, se nos acercaron un buen grupo de chicas en busca de algún dinero extra. Tres blancos son una presa fácil.
Uno se acostumbraa a empezar las conversaciones explicando que no vas a pagar por sexo, superada esa barrera, les dijimos que habíamos venido con “el chino” y demás. Todos se horrorizaron, y nos pidieron que señalásemos quien era aquel tío. La gente insistió en que era poli, no lo creímos, pero noté que todos estaban muy nerviosos.
Hablé con Juanita, de 19 años, hacía la calle para dar de comer a su hijo de 2 años. Me contó que si un poli la veía conmigo se la llevaban a comisaría y le ponían una falta. Con tres faltas puede ser encarcelada. Y eso implica trabajar gratis para el estado durante los años que fuese. Gran parte de la población civil cubana ha estado en la cárcel.
Más tarde llegó de nuevo “el chino”, la gente huía a su paso, se puso a mi lado y volvió a insistirme sobre porque no me iba con alguna puta. Le dije que tal vez lo haría para sacármelo de encima, él se largó, su supuesto padre había desaparecido.
Las chicas volvieron a la carga, y al cabo de un rato aparecieron tres furgones de la policía. La gente se acojonó y todos salimos de allí como pudimos. Pillamos un taxi y nos fuimos a casa. Nunca supe si se llevaron a alguien.







                                                                                                                                                                                                    Jandrag


























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