Voces encontradas


Algunos colegas del Ajo y yo habíamos cargado el coche y estábamos listos para huir de Barcelona, algo que necesitábamos, por lo menos durante un fin de semana. Valencia nos estaba esperando: la capital de la paella, las fallas, los discursos empapados de sangría por parte de la alcaldía y la ruta del bacalao. Al igual que muchos jóvenes de nuestra ciudad pasamos una telaraña de peajes, pero no para ir al Viña Rock o a Benicasim, sino a Voces del Extremo.
En 1999 un grupo de amigos, con la ayuda de la Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, creyó necesario unir a poetas con activistas, ecologistas, libertarios y a cualquier persona comprometida, en un mismo espacio. Lo coordinó el poeta de Palos de Moguer Antonio Orihuela bajo una simple premisa: ¿para qué sirve la poesía? Sus participantes y organizadores llevan 18 años en busca de una respuesta. Y la idea de que su mayor edición fuese en Valencia en 2017 me tenía intrigado.
Nuestro primer encuentro fue una comida asamblearia en el centro cultural “El Ventanal”, estuvo bañada en mistella. Desde ese momento nos sumamos a un maratón poético sin frenos que pretendía atravesar la espina dorsal de la Valencia comprometida a través del barrio del Carmen, el Cabanyal y finalmente Benimaclet. Las horas de sueño y descanso fueron prácticamente inexistentes, allí me di cuenta de que los poetas tienen una capacidad de resistencia superior a la de cualquier cuerpo de antidisturbios. Despegamos desde los místicos jardines del “Solar Corona” para descubrir el abuso de especulación y gentrificación que ha sufrido el barrio del Carmen durante los últimos años. Los vecinos no dudaron en okupar los solares vacíos, para fomentar el cine, las asambleas, el teatro y, por supuesto, la poesía. El resto del día fue paseo laberíntico a través de “La Mandrágora” y “Ca Revolta” hasta llegar al “Ateneu anarquista Al margen”, donde fuimos recibidos entre cervezas y carcajadas por los anarquistas más antiguos de la ciudad. Pura catarsis. En aquel momento comprendí que no podíamos cubrir aquello de un modo convencional, así que nuestra única opción se reducía a actuar como Trashumante: verso, trago, risa y ojos rojos al despertar.

El sábado 29 de abril Voces del Extremo tomó el tranvía para inundarlo de poesía y gritos de desgarrada esperanza. Cuando llegamos al Cabanyal fuimos partícipes de una alocada carrera por todos los centros culturales que pretenden preservar la artesanía, la autogestión y la tradición libertaria (“Ateneu Llibertari El Cabanyal”, “Samaruc” y “La Col·lectiva”). Luego fuimos bendecidos por el pregón de “El niño de Elche”, rebosante de pasión y autenticidad, gasolina en verso.
Cayó la tarde en “La Col·lectiva” y, tras homenajear al poeta Marc Granell, el colectivo de Voces pasó la tarde en un recital asambleario que hizo que todos nos mirásemos a los ojos y recitásemos desde las entrañas.
Llegó el domingo, y las fuerzas flaqueaban, pero a David Trashumante y a sus colegas les pareció bien tomar de nuevo el tranvía hasta llegar a un soleado Benimaclet. Cruzamos entre vermut y rimas “La Repartidora”, “La Rossa”,  el “Solar María”, “La Tapadera”, la “Escola Meme”… Finalmente acabamos en una inmensa casa rural, en medio de Benimaclet, abrazada por un gran huerto urbano: el “CSOA l’Horta”. Allí rascamos los últimos rayos de sol y Antonio Martinez y Ferrer fue homenajeado. La tarde en “L’Horta” supo a despedida con lágrimas agridulces, todos sabíamos que al día siguiente tendríamos que cortar un cordón umbilical que llevábamos todo el fin de semana tejiendo. Iba a doler. Las leyendas de la poesía valenciana recitaban junto a jóvenes promesas, ningún poema estaba firmado, y ni falta que hizo.
Aquella noche casi todos los participantes fueron más allá del programa, concretamente al bar “El Glop”, para celebrar lo que realmente había sido un ENCUENTRO.
El lunes comimos en un bar de tapas cercano a donde habíamos aparcado el coche. Allí una chica nos pidió fuego y nos preguntó si veníamos del Viña Rock. Quería ser camarera en Barcelona, Madrid o Berlín “porque en Valencia no hay nada”. Pagué la cuenta, y pude ver de reojo el jardín de “l´Horta”. Tuve envidia.


Jandrag



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