Magia negra en La Virgen


Los teléfonos de los ochenta colgaban del techo sobre las coloridas mesas de pinball. El olor a té y a incienso se retiraba tímidamente para dar paso al del tabaco y porro. Y en el baño, atrapada por la clandestinidad y el misticismo estaba “la virgen” rezando.
Ese era el manto que envolvía al Arco de la Virgen durante su esperada jornada de reapertura. Cuando uno de los centros culturales más míticos del Raval Barcelonés abre tras 450 días de clausura por el ayuntamiento, aparecen muchos curiosos, y más si es de forma ilegal.
Gustav Fröhlich, en Metropolis, miraba desconcertado desde lo alto del humeante proyector, como se iba llenando el local. Los treintañeros se mezclaban con cuarentones, y parece que aquello atrajo a la parte más sofisticada del undergound catalán. Supongo que todos echamos de menos a aquellos chavales que en su día hacían colas preguntando por pasteles de hierba en la barra. Tal vez el ciego les duró demasiado y no fueron capaces de levantarse del sofá para venir a echar un cable, o ni siquiera a intentar conseguir más pasteles.
 Empezó la música y como no podía ser de otro modo en La Virgen, sonó un jazz suave que consiguió romper el monótono susurro de las conversaciones, para captar la atención con un contrabajo huérfano de batería y saxo. Probablemente los únicos que pudieron escuchar algo desde la calle fueron los perros, que aparentemente tienen una sensibilidad extrema a ciertas frecuencias de ondas, como la “urbana” supongo.
María, una artista de performance, habló de magia. La magia que había utilizado el ayuntamiento para hacer desaparecer aquel local, para ocultar e ignorar cualquier tipo de protesta y para sacarse de la chistera redadas que nunca ocurrieron. Y esa fue la misma magia, o tal vez brujería, que obligó a lanzar una protesta contenida, donde algunos de los asistentes no eran conscientes de estar formando parte de ella. Donde los aplausos fueron rozaduras de palmas. Y cada vez que alguien entraba en la sala, los más morbosos girábamos la cabeza para ver si la poli habría venido a tomarse un té.
Y así, bajo la fría lluvia de enero, una Virgen escondida en la oscuridad nos recordó que hay cabida para las discotecas de guiris o los centros canábicos, pero no para la música en directo, la poesía o el cine. Aplaudid, gritad o cantad, pero no demasiado fuerte que hay “vecinos”.




Jandrag







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